La pandemia también impulsó nuevas formas de performance digital. Los artistas exploraron plataformas virtuales para crear experiencias participativas a distancia. Performances en streaming, obras diseñadas para videollamadas o instalaciones accesibles desde el teléfono móvil demostraron que la conexión emocional no depende del espacio físico. España fue uno de los países europeos donde más rápido se adoptaron estas prácticas, combinando tradición escénica con innovación tecnológica.
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Lo interesante de esta nueva etapa es que el arte se vuelve más democrático. El público ya no necesita formación previa para comprender una obra; basta con estar presente y dejarse llevar. Cada persona aporta su interpretación, su energía, su propia historia. Esta diversidad de miradas enriquece el proceso creativo y convierte cada performance en algo irrepetible.
Sin embargo, este tipo de arte también plantea preguntas. ¿Hasta qué punto una obra sigue siendo arte cuando depende del público? ¿Dónde está la frontera entre la experiencia estética y el entretenimiento? Estas reflexiones son parte esencial del debate contemporáneo, y precisamente ahí radica su valor: en la búsqueda constante de nuevos significados.
En definitiva, las nuevas formas de performance y arte interactivo en España reflejan una sociedad abierta al cambio, a la experimentación y al diálogo. Los artistas ya no crean para ser admirados, sino para conectar. Cada gesto, cada movimiento y cada reacción del público son parte del proceso creativo. El arte se convierte en un espacio vivo, cambiante, en el que todos somos protagonistas.
España, con su diversidad cultural y su espíritu innovador, está escribiendo un nuevo capítulo en la historia del arte contemporáneo. Un capítulo donde la emoción, la tecnología y la participación humana se unen para demostrar que el arte no solo se contempla: se vive, se siente y se comparte.
